La ciudad
estaba cubierta por una manta blanca. Las personas transitaban rápidamente
probablemente con la intención de regresar pronto a sus hogares. El frío era
insoportable. Alfred se alegró de estar en su hogar. Un pequeño apartamento en
el centro de la ciudad. Con una taza de café en la mano observaba atento por la
ventana. Siempre le gusto la ubicación de aquel lugar, porque le permitía una
vista a la calle principal. Gran cantidad de autos y personas transitando de aquí
para allá. Las luces de la ciudad iluminando su ventana. De cierta manera le agrada
esa compañía. La nieve cayendo suavemente
le daba un toque encantador al paisaje.
-¡Diablos!
¿Son casi las 10? Será mejor que termine
mi trabajo.
Alfred se
dedicaba a escribir artículos para una prestigiosa revista. Por lo general se
enfocaba en temas turísticos. Amaba su trabajo porque lo mantenía gran parte
del tiempo recorriendo diversos lugares y el estar fuera de casa era
exactamente lo que necesitaba en esos momentos.
-¡Que frio!
Definitivamente necesito otra taza de café.
Al servir
la taza se dirigió nuevamente a la ventana. Casi se le cae el café. No podía dar
créditos a lo que veían sus ojos. Corrió hasta una mesita y depositando la taza
sobre ella volvió rápidamente a la ventana. Busco incesantemente con la mirada,
pero no hayo lo que esperaba.
-Es
imposible. ¡Dios! Quizás solo estoy cansado. No, no es posible. No, de ninguna
manera. Eso no ocurriría…Y si fuese cierto…. ¿Por qué…? No, no, no tiene ningún
sentido –Balbuceó. Tras un paseo por la habitación se sentó junto a la pequeña
estufa. – ¡Imposible! –Continuó diciendo. Se levantó bruscamente y buscó su
móvil. Registró el historial de llamadas. Luego los mensajes. Dejó el móvil a un
lado. Regresó a su asiento y allí se quedó pensativo. El timbre sonó y Alfred se sobresaltó.
-¡No puede
ser! Esto es sencillamente imposible –Dijo levantándose rápidamente. Se dirigió
a la puerta y miró por la mirilla. Un escalofrió le recorrió el cuerpo. Se
deslizó hasta el suelo. Se quedó sentado con la espalda apoyada en la puerta.
Las manos le temblaban. “y ¿Ahora qué?” Pensó. El timbre volvió a sonar. Se restregó
la cara con las manos. Se colocó de pie y estiró lentamente la mano al pomo de
la puerta.
-¿Al?
¿Estás en casa? – Gritó del otro lado de la puerta la voz de una mujer.
Alfred
respiró hondo y abrió la puerta. Se encontró cara a cara con una muchacha de
mediana estatura. Cabello oscuro, el cual llevaba recogido.
-¿Qué haces
aquí? –Preguntó un poco tímido.
-Vine a ver
como estabas Al.
-Pasa. Hace
un frio espantoso.
-Al. ¿Cómo has
estado? Nos me has llamado. Ni me has contestado los mensajes. ¿Pasa algo?
La muchacha
se acomodó en el sofá junto a la chimenea. Una vez allí enfocó la mirada en
Alfred.
-He estado
ocupado. Ya sabes, el trabajo Marian –Respondió Alfred con la vista clavada en
la ventana. “Entonces si fue cierto lo que vi” Pensó.
-Espero te
haya ido bien –Dijo Marian sonriendo y agregó –Sé que han pasado cosas entre
nosotros, y yo aún…
-¿Café? –Exclamó
Alfred interrumpiéndola.
-Claro –Respondió
desconcertada –Por cierto, te traje algo.
La chica saco de su bolso una caja con una
cinta sobre ella. Se la entregó y a cambió recibió el café que él le traía.
-Son
chocolates rellenos. Y tienen unas formas adorables. Me parecieron demasiado
tiernos así que decidí traerlos de regalo. ¡Vamos come uno!
Alfred depositó
la caja sobre la mesita y se inclinó sobre la chica. La miró atentamente y ella
sonrojo. Él acercó lentamente los labios a los de ellas.
-Al, yo no
puedo hacer esto… Porque… porque yo… -Dijo apartando la cara.
-Lo sé, no estas
segura de lo que sientes ¿Verdad? – Exclamó sentadose en el sofá colocado
frente al de ella –Es decir… ¿Qué esperaba realmente? Siempre es la misma
respuesta.
-Al,
perdona, de verdad, créeme que no quiero hacerte esto, pero necesito más tiempo
para pensarlo –Protestó mirándole fijamente.
-Marian, yo
te hubiese besado, pero sabes ¿Por qué? No porque creo que eres sexi o hermosa
o ese montón de babosadas que usan de pretexto los hombres para besar. Lo
hubiese hecho porque lo siento acá –Dijo con una mano colocada sobre su pecho –Yo
puedo sentir cosas. Cosas importantes. Esto… ¡Esto es real!, sin dudas ni
misterios. Además tampoco es la mera excitación de una aventura con una chica
que solo me parece genial.
-¡Alfred! ¿Cómo
puedes decirme eso? ¿Crees que te mentí? ¡Mi corazón también latía por ti!
-¿Latía? Eso
es pasado mi querida. ¿El amor puede volverse casi transparente que te permitió
apuñalarme sin culpa alguna?
-¿Crees que
no lo siento? ¿Crees que no me
arrepiento de lo que hice?
-Pues
quizás después de verme la cara te acordaste que tenías a alguien y te vino la
culpa. Antes pareció que no te importa, porque si no hubieses dicho que no y
ya.
-¡No seas
tan duro conmigo! ¡Estaba confundida con mis sentimientos! Aún lo estoy.
-¿Confundida?
¿Te confundiste de pareja? ¿Qué se te olvido el rostro de tu novio?
Marian no
respondió. Rompió en llanto y se cubrió la cara con las manos. Alfred la miró.
Le dolía cada palabra que exclamaba al igual que las que oía, pero tenía que
ser fuerte y luchar contra el impulso de consolarla.
-Yo no
quise hacerlo… Fui una estúpida… Perdona, créeme… yo aún siento cosas por tí –Dijo
la muchacha entre sollozos.
-Marian, cálmate
–Le ofreció un pañuelo el cual ella aceptó. Alfred continuó diciendo: Te pondré
en una situación hipotética; Tienes una pequeña suma de dinero, lo suficiente
para viajar a algún lugar. El problema es que solo te alcanza para disfrutar
plenamente de un destino. Estas entre
dos y no logras decidirte por uno. Ambos tienen sus ventajas y desventajas.
Ambos son igual de atractivos, pero a uno de ellos ya lo has visitado con
anterioridad por lo que decides probar con el nuevo destino. Al llegar a ya, lo
disfrutas pero te arrepientes un poco porque igual querías ir al otro lugar. Por
lo que escatimas gastos y deciden viajar al otro. Con el poco dinero no puedes
disfrutar gratamente de ninguno de los dos. Te frustras y regresas a casa.
Vuelves a recolectar dinero y decides irte a vivir a uno de los dos lugares y
ahora sí disfrutarlo a sus anchas, la pregunta es ¿A cuál? Quieres ambos, pero
es evidente que tu casa solo podrá estar en uno. ¿A cuál escoger? ¿Al que
conoces más o al que te falto más por descubrir? Y ¿Si luego te arrepientes de
tu decisión? Te tomas muchísimo tiempo solo para aplazar la decisión, y luego
piensas ¿Por qué no vivir en uno y en el otro construir una casa de verano? Pero
surge otra pregunta ¿Cuál será cuál? Y bien Marian, ¿Qué eliges?
-¿Qué estas
tratando de hacer?
-Lamento el
ejemplo tan influenciado por mi trabajo, pero ese no es el punto. ¿Y bien?
-Yo no sé
lo que quiero. Al, te estoy haciendo demasiado daño. No deberías amarme. No
merezco que me ames, perdóname.
-Es algo
que no puedes cambiar. Te amo y te amaré siempre. Al menos así lo siento. Porque
yo si estoy seguro. Marian, cuando amas a alguien estás dispuesto a todo. Si no
fuese así créeme que no estarías sentada en ese sofá. Tengo que soportar ver tu
cara y recordar a cada instante lo mucho que me gustas.
-Perdóname,
por favor, perdóname. –Respondió Marian y su llanto regresó.
-Y tú me
apuñalaste. No bastándote me bateaste por caer. ¡Dios Marian! ¿Eso no puede ser
amor sincero? ¡Qué demonios estoy pensando! No sé por qué aún recibo tus
llamadas y me alegro por tus mensajes. No
fui lo suficientemente bueno para ti. ¿Qué me hace mantener la esperanza? ¿Y pensar
que ahora seré bueno para ti y para siempre?
El silencio
inundó la habitación. Marian secaba sus lágrimas. Alfred miraba por la ventana,
no deseaba cruzar mirada con ella. Le dolía. Sentía como una parte de él se quejaba
de dolor, gritaba y nadie la escuchaba. Nadie la ayudaba, porque nadie sabía cómo
apaciguar su dolor. Un móvil comenzó a sonar. No era el suyo, si no el de
Marian.
-No hace
falta que pregunte ¿Verdad? –Exclamó Alfred.
- Al, déjame
pensarlo, por favor. Es lo único que te pido. Tiempo –Suplicó Marian con los
ojos llenos de lágrimas.
-Marian. Tómame
por lo más cursi y que sé yo, pero realmente creía… si, ¡Creía! En el verdadero
amor. Como en los cuentos de hadas, pero rompiste con todo eso. Pensé que eras
diferente a las demás chicas. No pretendo compararte, pero realmente creí que
serias honesta conmigo. Qué no harías las cosas de esta forma. Tal vez tengo un
poco de culpa. Quizás te descuide, no lo sé. No soy precisamente el príncipe azul,
pero pensé que nos apoyaríamos. No que me golpearías de esta manera por fallar.
-Yo sé que
cometí el error más grande mi vida, pero no te quiero lejos de mí ahora.
-Marian,
¿Tengo que esperar a ver si todavía te quedan gastar de estar con ese otro imbécil?
–Gritó Alfred, estaba perdiendo el control – ¿Eso quieres que espere? ¿A ver si
te acuerdas de lo que alguna vez sentiste y vuelves conmigo? –Alfred se acercó
a ella y le susurró: ¡Tic, tac! ¡Tic, tac! ¿Oyes eso? Es el sonido del tiempo
que se acaba.
Dicho esto
se recostó sobre el sofá. Con la vista en el techo agregó: ¡Ah! Y tampoco creas
que seguiremos jugando a los amigos. Así que, por favor, vete. Solo vete.
Marian no
dijo ninguna palabra. Tomo sus cosas y se marchó. Unos minutos más tarde Alfred
la vio subir a un taxi en la calle principal. Pasado un largo rato observando a
través del cristal decidió preparar más café. Fue entonces cuando notó la caja
de chocolates junto al café que Marian no se había servido. Pensó en todas las
cosas que habían vivido juntos y una lágrima resbaló por su mejilla. La secó y se posicionó frente a la
laptop. Tras pensarlo se decidió y
comenzó a escribir su artículo. Lo tituló: “Como escoger el destino adecuado”.
By Meg Holmes Kuroba
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