martes, 18 de junio de 2013

Otra taza ¡Por favor! y sin azúcar.

La ciudad estaba cubierta por una manta blanca. Las personas transitaban rápidamente probablemente con la intención de regresar pronto a sus hogares. El frío era insoportable. Alfred se alegró de estar en su hogar. Un pequeño apartamento en el centro de la ciudad. Con una taza de café en la mano observaba atento por la ventana. Siempre le gusto la ubicación de aquel lugar, porque le permitía una vista a la calle principal. Gran cantidad de autos y personas transitando de aquí para allá. Las luces de la ciudad iluminando su ventana. De cierta manera le agrada esa compañía. La nieve cayendo suavemente  le daba un toque encantador al paisaje.  

-¡Diablos! ¿Son casi las 10?  Será mejor que termine mi trabajo.

Alfred se dedicaba a escribir artículos para una prestigiosa revista. Por lo general se enfocaba en temas turísticos. Amaba su trabajo porque lo mantenía gran parte del tiempo recorriendo diversos lugares y el estar fuera de casa era exactamente lo que necesitaba en esos momentos.

-¡Que frio! Definitivamente necesito otra taza de café.

Al servir la taza se dirigió nuevamente a la ventana. Casi se le cae el café. No podía dar créditos a lo que veían sus ojos. Corrió hasta una mesita y depositando la taza sobre ella volvió rápidamente a la ventana. Busco incesantemente con la mirada, pero no hayo lo que esperaba.

-Es imposible. ¡Dios! Quizás solo estoy cansado. No, no es posible. No, de ninguna manera. Eso no ocurriría…Y si fuese cierto…. ¿Por qué…? No, no, no tiene ningún sentido –Balbuceó. Tras un paseo por la habitación se sentó junto a la pequeña estufa. – ¡Imposible! –Continuó diciendo. Se levantó bruscamente y buscó su móvil. Registró el historial de llamadas. Luego los mensajes. Dejó el móvil a un lado. Regresó a su asiento y allí se quedó pensativo.  El timbre sonó y Alfred se sobresaltó.

-¡No puede ser! Esto es sencillamente imposible –Dijo levantándose rápidamente. Se dirigió a la puerta y miró por la mirilla. Un escalofrió le recorrió el cuerpo. Se deslizó hasta el suelo. Se quedó sentado con la espalda apoyada en la puerta. Las manos le temblaban. “y ¿Ahora qué?” Pensó. El timbre volvió a sonar. Se restregó la cara con las manos. Se colocó de pie y estiró lentamente la mano al pomo de la puerta.

-¿Al? ¿Estás en casa? – Gritó del otro lado de la puerta la voz de una mujer.

Alfred respiró hondo y abrió la puerta. Se encontró cara a cara con una muchacha de mediana estatura. Cabello oscuro, el cual llevaba recogido.

-¿Qué haces aquí? –Preguntó un poco tímido.
-Vine a ver como estabas Al.
-Pasa. Hace un frio espantoso.
-Al. ¿Cómo has estado? Nos me has llamado. Ni me has contestado los mensajes. ¿Pasa algo?
La muchacha se acomodó en el sofá junto a la chimenea. Una vez allí enfocó la mirada en Alfred.
-He estado ocupado. Ya sabes, el trabajo Marian –Respondió Alfred con la vista clavada en la ventana. “Entonces si fue cierto lo que vi” Pensó.
-Espero te haya ido bien –Dijo Marian sonriendo y agregó –Sé que han pasado cosas entre nosotros, y yo aún…
-¿Café? –Exclamó Alfred interrumpiéndola.
-Claro –Respondió desconcertada –Por cierto, te traje algo.

 La chica saco de su bolso una caja con una cinta sobre ella. Se la entregó y a cambió recibió el café que él le traía.

-Son chocolates rellenos. Y tienen unas formas adorables. Me parecieron demasiado tiernos así que decidí traerlos de regalo. ¡Vamos come uno!
Alfred depositó la caja sobre la mesita y se inclinó sobre la chica. La miró atentamente y ella sonrojo. Él acercó lentamente los labios a los de ellas.
-Al, yo no puedo hacer esto… Porque… porque yo… -Dijo apartando la cara.
-Lo sé, no estas segura de lo que sientes ¿Verdad? – Exclamó sentadose en el sofá colocado frente al de ella –Es decir… ¿Qué esperaba realmente? Siempre es la misma respuesta.
-Al, perdona, de verdad, créeme que no quiero hacerte esto, pero necesito más tiempo para pensarlo –Protestó mirándole fijamente.
-Marian, yo te hubiese besado, pero sabes ¿Por qué? No porque creo que eres sexi o hermosa o ese montón de babosadas que usan de pretexto los hombres para besar. Lo hubiese hecho porque lo siento acá –Dijo con una mano colocada sobre su pecho –Yo puedo sentir cosas. Cosas importantes. Esto… ¡Esto es real!, sin dudas ni misterios. Además tampoco es la mera excitación de una aventura con una chica que solo me parece genial.
-¡Alfred! ¿Cómo puedes decirme eso? ¿Crees que te mentí?  ¡Mi corazón también latía por ti!
-¿Latía? Eso es pasado mi querida. ¿El amor puede volverse casi transparente que te permitió apuñalarme sin culpa alguna?
-¿Crees que no lo siento?  ¿Crees que no me arrepiento de lo que hice?
-Pues quizás después de verme la cara te acordaste que tenías a alguien y te vino la culpa. Antes pareció que no te importa, porque si no hubieses dicho que no y ya.
-¡No seas tan duro conmigo! ¡Estaba confundida con mis sentimientos! Aún lo estoy.
-¿Confundida? ¿Te confundiste de pareja? ¿Qué se te olvido el rostro de tu novio?

Marian no respondió. Rompió en llanto y se cubrió la cara con las manos. Alfred la miró. Le dolía cada palabra que exclamaba al igual que las que oía, pero tenía que ser fuerte y luchar contra el impulso de consolarla.  

-Yo no quise hacerlo… Fui una estúpida… Perdona, créeme… yo aún siento cosas por tí –Dijo la muchacha entre sollozos.
-Marian, cálmate –Le ofreció un pañuelo el cual ella aceptó. Alfred continuó diciendo: Te pondré en una situación hipotética; Tienes una pequeña suma de dinero, lo suficiente para viajar a algún lugar. El problema es que solo te alcanza para disfrutar plenamente  de un destino. Estas entre dos y no logras decidirte por uno. Ambos tienen sus ventajas y desventajas. Ambos son igual de atractivos, pero a uno de ellos ya lo has visitado con anterioridad por lo que decides probar con el nuevo destino. Al llegar a ya, lo disfrutas pero te arrepientes un poco porque igual querías ir al otro lugar. Por lo que escatimas gastos y deciden viajar al otro. Con el poco dinero no puedes disfrutar gratamente de ninguno de los dos. Te frustras y regresas a casa. Vuelves a recolectar dinero y decides irte a vivir a uno de los dos lugares y ahora sí disfrutarlo a sus anchas, la pregunta es ¿A cuál? Quieres ambos, pero es evidente que tu casa solo podrá estar en uno. ¿A cuál escoger? ¿Al que conoces más o al que te falto más por descubrir? Y ¿Si luego te arrepientes de tu decisión? Te tomas muchísimo tiempo solo para aplazar la decisión, y luego piensas ¿Por qué no vivir en uno y en el otro construir una casa de verano? Pero surge otra pregunta ¿Cuál será cuál? Y bien Marian, ¿Qué eliges?
-¿Qué estas tratando de hacer?
-Lamento el ejemplo tan influenciado por mi trabajo, pero ese no es el punto. ¿Y bien?
-Yo no sé lo que quiero. Al, te estoy haciendo demasiado daño. No deberías amarme. No merezco que me ames, perdóname.
-Es algo que no puedes cambiar. Te amo y te amaré siempre. Al menos así lo siento. Porque yo si estoy seguro. Marian, cuando amas a alguien estás dispuesto a todo. Si no fuese así créeme que no estarías sentada en ese sofá. Tengo que soportar ver tu cara y recordar a cada instante lo mucho que me gustas.
-Perdóname, por favor, perdóname. –Respondió Marian y su llanto regresó.
-Y tú me apuñalaste. No bastándote me bateaste por caer. ¡Dios Marian! ¿Eso no puede ser amor sincero? ¡Qué demonios estoy pensando! No sé por qué aún recibo tus llamadas y me alegro por tus mensajes.  No fui lo suficientemente bueno para ti. ¿Qué me hace mantener la esperanza? ¿Y pensar que ahora seré bueno para ti y para siempre?

El silencio inundó la habitación. Marian secaba sus lágrimas. Alfred miraba por la ventana, no deseaba cruzar mirada con ella. Le dolía. Sentía como una parte de él se quejaba de dolor, gritaba y nadie la escuchaba. Nadie la ayudaba, porque nadie sabía cómo apaciguar su dolor. Un móvil comenzó a sonar. No era el suyo, si no el de Marian.

-No hace falta que pregunte ¿Verdad? –Exclamó Alfred.
- Al, déjame pensarlo, por favor. Es lo único que te pido. Tiempo –Suplicó Marian con los ojos llenos de lágrimas.
-Marian. Tómame por lo más cursi y que sé yo, pero realmente creía… si, ¡Creía! En el verdadero amor. Como en los cuentos de hadas, pero rompiste con todo eso. Pensé que eras diferente a las demás chicas. No pretendo compararte, pero realmente creí que serias honesta conmigo. Qué no harías las cosas de esta forma. Tal vez tengo un poco de culpa. Quizás te descuide, no lo sé. No soy precisamente el príncipe azul, pero pensé que nos apoyaríamos. No que me golpearías de esta manera por fallar.
-Yo sé que cometí el error más grande mi vida, pero no te quiero lejos de mí ahora.
-Marian, ¿Tengo que esperar a ver si todavía te quedan gastar de estar con ese otro imbécil? –Gritó Alfred, estaba perdiendo el control – ¿Eso quieres que espere? ¿A ver si te acuerdas de lo que alguna vez sentiste y vuelves conmigo? –Alfred se acercó a ella y le susurró: ¡Tic, tac! ¡Tic, tac! ¿Oyes eso? Es el sonido del tiempo que se acaba.

Dicho esto se recostó sobre el sofá. Con la vista en el techo agregó: ¡Ah! Y tampoco creas que seguiremos jugando a los amigos. Así que, por favor, vete. Solo vete.  

Marian no dijo ninguna palabra. Tomo sus cosas y se marchó. Unos minutos más tarde Alfred la vio subir a un taxi en la calle principal. Pasado un largo rato observando a través del cristal decidió preparar más café. Fue entonces cuando notó la caja de chocolates junto al café que Marian no se había servido. Pensó en todas las cosas que habían vivido juntos y una lágrima resbaló por su mejilla.  La secó y se posicionó frente a la laptop.  Tras pensarlo se decidió y comenzó a escribir su artículo. Lo tituló: “Como escoger el destino adecuado”.


By Meg Holmes Kuroba

No hay comentarios.:

Publicar un comentario